viernes, 4 de mayo de 2012
miércoles, 11 de abril de 2012
Pozo do demo - Verín 2012
¡Y que siempre digo que este tipo de carreras no me gusta, y que al final las acabo corriendo religiosamente…!
Sí, correlegas, así es de triste la vida del runner, condenado a no romper su voto de obediencia y resignación.
A fin de cuentas, acaso no es el domingo de ramos, en estas tierras arrinconadas en la frontera del alma, no sino la antesala de los sacrificios más gratos al señor. ¡¡Hombres de poca fe!!
Allá fuimos pues, camino de Verín, con poco más que una ración de agua y un mendrugo de pan en el zurrón.
Bueno, en realidad eran un Powerade y una barrita energética de muesli con sabor a frambuesas, pero tampoco vamos a discutir por pequeñeces.
Primera parada, gasolinera de Cepsa. Y ya se siente el primer pinchazo en los gemelos. Hay que ver como se están poniendo los derivados del oro negro, que casi más que en euros, pronto estaremos pagándolos en dracmas.
Ya lo veréis. Dentro de nada, y al paso que vamos, va a salir más a cuenta llenarle al buga el depósito con Chivas.
Afortunadamente, el viaje que nos han metido, no nos impide continuar - valga la rebuznancia - el viaje en el que estamos metidos.
Y así, en cosa de poco más de un rato, divisamos en lontananza, encaramado sobre un gallardo y venturoso montículo, y este a su vez retrepado al pie de otro mayor, el majestuoso castillo de Monterrei.
Hete aquí, pues, nos decimos, que esta es la villa que nos ha de acoger en esta nueva ocasión de hechos y glorias atléticas.
Así, tras proveernos de dorsales y demás bagajes propios del oficio, comenzamos nuestra singladura, en lo que no sería sino un bucólico calentamiento, camino del balneario de Cabreiroá.
Son momentos de reflexionar, de intercambiar pareceres con la nobleza y el populacho, pues en esto de las carreras hay castas y abolengos, y definitivamente quien lo vive como una suerte de caballeresco torneo medieval, o quien, en su lugar, lo acepta como un mal necesario, como un remedio casero, quizás el único cien por cien saludable, contra el azote del colesterol.
Ambas opciones perfectamente respetables y deseables.
Accedemos pues, sin más preámbulos, al entorno decimonónico del balneario de Cabreiroá, en cuyas entrañas yace alojado el manantial que le da nombre. Aguas estas, carbonatadas y con alto contenido en sílice, y por tanto, de reconocidas propiedades medicinales.
Decido pues, en vista de ello, adentrarme al templete que las alberga.
Consistiría este en una especie de reclinatorio, en cuyo centro se yergue, inquietante, una enorme vasija acristalada. La miro durante unos segundos, presa casi de la hipnosis. En su panza bulle un incesante burbujeo, y, por un momento, se me antoja un organismo vivo, incluso consciente.
Un poco frankesteiniano todo esto, me digo a mi mismo, y me reconvengo, como así era mi inicial intención, de probar las aguas.
Mas los vasos de plástico, detalle de la casa, dispuestos allí al efecto, me llevan de nuevo a confiar en que nada malo pueda haber en ello. No me convertiré en elfo, ni en alienígena, sopeso, por un simple trago de agua que pica.
Lleno entonces el vaso en el grifo y me lo acerco al olfato. El resultado es similar al de un bofetón dado a mala idea. El pestazo a huevos podridos es, decididamente, superior a toda otra consideración. Voy a vaciarlo en la pileta, cuando al punto, una nueva reflexión me asalta.
Los beneficios homeopáticos del brebaje, otra vez son ponderados. Agua mágica, agua de fuego, tal vez.
¡Ándele compadre, no me sea chamaco, me digo a mi mismo, que en un cuarto de hora- media hora, en esas rampas tan grandotas y tan feotas, se sentirá usted muy enfermito!
Sea previsor.
Y bueno pues, no más, me la bebí.
Prueba superada. Abandono ese mundo subterráneo y emerjo de nuevo a los primaverales jardines con fuerza y vigor renovados.
Afuera me esperan once kilómetros y medio de anoxia y lactatos en compañía de una hueste aguerrida e irreductible. Será una dura batalla.
Partimos pues, una vez más, a la conquista de las cimas de nuestra propia capacidad agonística.
Pues eso. Enormes cuestas, una de ellas, el famoso cortafuegos, de órdago la grande, con desniveles nada recatados, y de mucha exigencia al par motor. Para en contrapartida, redimir lo ascendido con vertiginosas bajadas, jugándonos el tipo en alguna que otra pisada no del todo afortunada.
Y de esa guisa fueron cayendo los tramos más comprometidos. Internándonos, ya más al final, por un zigzagueante y divertido trazado de campo a través, encarrilado por parajes boscosos, que nos llevaría de vuelta - ya casi sin sentirlo (es un decir) - hasta el núcleo urbano.
Y esta es, dejando de un lado los aspectos más técnicos, de los cuales no me hallo sino más torpemente cualificado para opinar, mi semblanza de esta carrera, de la terrible “Pozo do demo”.
Agradecer a la organización, y en general al pueblo verinés por su calurosa acogida, y por hacernos sentir queridos, y protagonistas por un día, a los atletas cimarrones.
La gratuidad y generosidad de vuestro afecto han dejado el listón muy alto.
Quiera la providencia que de aquí a un año nos volvamos a ver, en igual o parecida empresa, pero siempre a los lomos de la aventura.
© Cristóbal Mateos García.
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